12.1.14

Mi Mundo en Ruinas. Capítulo 3.

Una de las enfermeras del complejo me acompañó hasta mi habitación en el segundo piso después de que mi madre me registrara y me dejara sola en la recepción.
Al ver la habitación que sería mía por un tiempo, hice una mueca de asco. Era de color rosa. De un horrible color rosa chicle viejo que ahora era pálido. Prefería mil veces una de naranja fluorescente.
Sin embargo, procuré cerrar la boca. La habitación tenía una cama en el centro, un escritorio y una cajonera enorme. Eran las once, y me darían hasta la hora del almuerzo —la una— para guardar todas mis pertenencias y regresaría de nuevo ahí después de las clases de la tarde y de la cena, a las seis de la tarde.
Sin embargo, tenía tan pocas cosas que a las doce ya había terminado de organizar todo, y me tiré sobre la cama, con el cabello suelo, y mirando al techo.
Imaginé mil cosas que podía intentar hacer ahí dentro, pero dudaba de que me dejaran hacer al menos diez, porque ni siquiera me dejaban salir al jardín, a excepción que lo haga con permiso y supervisión de algún guardia, psiquiatra o profesor. Llegué a la conclusión de que estaría encerrada ahí dentro hasta el fin de mis días.
Cuando faltaban diez minutos para que fueran la una de la tarde, me levanté de mi cama y me cepillé el cabello algo alborotado con las manos. Veía como el cabello negro se escurría por mis dedos, y suspiré. Me imaginé una vida alternativa donde mis ojos color azul-púrpuras y mi cabello negro azabache fueran el centro de atención. Me imaginé un mundo en el que yo estaba mentalmente estable. Pero sabía que imaginarlo no hacía que ocurriera.
Suspiré y me miré de nuevo en el espejo. Mis labios eran finos, pero no lindos, y tenía una horrible nariz respingada, que, según todas las personas que conocía y me querían, como Debbie y su madre, era linda. Para mí gusto, arruinaba mi cara. Y ese horrible color pálido de mi piel...
Dejé de mirarme al espejo y salí al pasillo, donde se escuchaban murmullos que provenían de la planta baja y de las clases a lo lejos.
Caminando despacio, me dirigí hacia la sala común, donde había un par de niños hablando. No se dieron cuenta de mi presencia, lo que me hizo pensar que estaban lejos de este mundo. Luego, pasé al comedor. Acá, en cambio, todos se dieron vuelta a mirarme.
Al menos treinta adolescentes me miraban con ceños fruncidos, mientras yo ponía cara de póker. Créeme, en una situación como esta, lo mejor que puedes hacer es poner esa cara.
Comencé a caminar lentamente hacia el bufet, mirando hacia delante y no hacia los costados, hacia las mesas llenas de chicos tan o más o menos enfermos como yo.
Demonios, no debería haber mirado hacia delante.
Todo el recinto del bufet y de la residencia estaba protegida y vigilada por unos hombres muy... fuertes, pero se les notaba que eran de edad avanzada. Pero este no podría tener más de veinticinco... o incluso más de veinte.
Sacudí mi cabeza y seguí avanzando hacia la fila del almuerzo. Si no hubiera sabido que dónde me encontraba era una residencia para enfermos mentales, podría haber dicho que era una escuela secundaria normal. Lo único era que yo sabía que en las escuelas no había guardias custodiando todo, evitando peleas, suicidios y ataques.
Sin embargo, al llegar a la fila, me crucé con él de nuevo. Tenía cabello negro azabache, como el mío. Sus ojos eran algo así como grises, y eran demasiado llamativos. Su piel era pálida, y probablemente se había criado en donde no había playas, como era mi caso.
La camisa blanca que usaba no hacía más que resaltar un cuerpo tonificado y saludable, y tenía unos tejanos azul oscuro que... oh, Dios mío... era hermoso.
Lástima que en mi condición no podía darme el lujo de estar enamorada, y mucho menos de tener novio. La cosa empeoraba cuando era de un guardia de seguridad de las instalaciones del que estaba pensando que sería mi novio.
Demonios, estoy demasiado jodida.
¿O loca?
Tomé la bandeja que había llenado con mi almuerzo y me giré para ver la cafetería de nuevo. No quería sentarme con nadie porque no conocía a nadie.
O, bueno, tal vez sí conocía a alguien. Muchos de mis compañeros de mi otro centro habían sido trasladados aquí hacía ya bastante tiempo. Joshua por tratar de ahogar a su hermano en uno de sus ataques... Maria, porque la encontraron desorientada por el consumo de cocaína para suicidarse... esos fueron los primeros nombres que pasaron por mi cabeza. Luego pasó el nombre de Thomas. Y bueno, vino a mi mente porque fue el momento en que lo vi.
Thomas había sido mi compañero de terapia antes de que un accidente lo trajera a la residencia. Luego me dieron a Taylor. Thomas y yo nos llevábamos muy bien, lástima que él se clasificaba así mismo como “asexual” y decía que el día en que saldría con alguien sería con su alma gemela, y que no sería exactamente una chica. Él tenía ojos celestes y cabello rojizo-rubio. Su rostro estaba lleno de pecas y tenía una sonrisa blanca cegadora. Thomas solo tenía problemas —muy— severos con la ira y el autocontrol. Esas cosas lo llevaron a varias peleas. La última, que fue la que hizo que viniera aquí, la había empezado su contrincante, cuando él finalmente había empezado a controlarse. No sé por qué él le siguió la corriente, aún sabiendo que podría terminar en el instituto, que fue exactamente lo que ocurrió.
De todos modos, Thomas estaba encerrado en este lugar desde hacía medio año.
Estaba sentado en una de las mesas más alejadas de las del centro, que parecían ser ocupadas por los residentes más antiguos del lugar. Probablemente, si estuviéramos en una escuela normal, estas serían las mesas de los populares.
Thomas me hacía señas. Me había visto de lejos y yo no podía hacer nada que no fuera sonreírle y caminar hacia la mesa en la que mi amigo estaba sentado.
Esto me parecía muy, pero muy, incómodo.
Thomas agarró mi bandeja con una mano cuando me acerqué a él y me abrazó con el brazo que tenía libre.
—Miren quién está aquí— me dijo, con una de sus sonrisas socarronas que tanto me molestaban. Él sabía que me molestaban, por eso me las hacía—. La perfección de Loreley Drive.
Extrañabas esos comentarios, ¿No es así?
—Hola, Thomas— le saludé, sentándome en dónde él me había puesto la bandeja, al lado de una chica de cabello castaño claro con las puntas rubias, que me miró de reojo cuando me senté a su lado. Me miró raro.
—Eh, ¿Qué pasó con la bizarra Drive? — me preguntó, sentándose a mí lado y pasando su brazo por mis hombros.
Aléjate... bueno, no te alejes. Estás permitido en mi radar.
—Se quedó fuera de aquí— le respondí, e hice una mueca de cansancio—. No me hagas ir a buscarla...
—Déjala fuera— me dijo, sonriéndome—. Deja que esa parte se quede afuera, mientras tanto aquí dentro, tu buen amigo Thomas Sauron te aumenta el ego.
¿Ego? Mi ego nunca existió.
Puse los ojos en blanco y pinché mi cubierto en la carne de mi plato, aunque no tenía mucha hambre.
—Creo que a ti debería bajarte un poco el ego, ¿Qué pasó con el idiota-friki que era mi mejor amigo y compañero de terapia? — le pregunté, mirando la camisa rota que llevaba. Tampoco usaba esos horribles anteojos al mejor estilo Harry Potter.
Gracias a Dios, ahora puede ser llamado sexy.
Se encogió de hombros y agarró su sándwich. Le dio un mordisco antes de contestar a mi pregunta.
—En este lugar o eres catalogado como raro o como normal. Créeme, Lory, este lugar es algo así como una versión de afuera solo que patas arriba. Acá todos estamos locos. Los menos locos son los más normales. Yo soy más bien normal, y soy considerado un galán, aunque todas huyen cuando comienzo con el discurso de mi orientación sexual. Tú podrías ser normal si no tuvieras siempre ese instinto suicida que llevas impregnado hasta en tus cutículas.
Capullo.
—Gracias.
—De nada— dijo, sonriéndome—. El caso es... actúa normal, serás normal.
Lo intentaré. Juro que lo haré.
—De acuerdo, trataré de que todo el lugar no me cocine viva— dije, sonriendo. Miré hacia todos lados, y vi que muchos se levantaban. Y muchos comían solos.
—En todo caso, solo estate a mí lado. Nunca se sabe cuando la esquizofrenia de Giuliana o el parloteo de Mark pueden hacer su aparición— dijo, mirando a través de mí.
Gracias por el consejo, de todos modos.
—No haces más que asustarme, ¿Lo sabes, verdad? — le pregunté, masticando.
—Lo sé, y me siento halagado de ser quién te asusta, Loreley Drive— dijo, tratando de hacer una reverencia demasiado exagerada y graciosa en la mesa.

Doble capullo.

11.1.14

Hola lectores :3
Perdón por no estar tanto en el blog, es que no tengo tiempo y además no ando en mis mejores momento de inspiración...
Como dije antes, perdón.
Trataré de subir capítulos en los próximos días :)

7.1.14

Mi Mundo en Ruinas. Capítulo 2.

El techo de mi habitación me agradaba. Era azul oscuro, y tenía puntos blancos que hacían de estrellas, además de unas cuantas estrellas pegadas en el techo que brillaban en la oscuridad. O bueno... tenía... porque eso lo tenía en mi anterior cuarto, en la casa que mis padres decidieron vender.
Este techo era blanco, sin ninguna clase de adorno, a excepción de la lámpara en el centro del cuarto.
Era blanco como todo lo que había en mi hermosa habitación estéril —por favor, no notes el sarcasmo, y si lo notas, no lo menciones. No me gusta que lo mencionen—, sin nada que pudiera lastimarme.
Al cabo de un rato sentada en mi cama leyendo una tonta revista de chismes, escuché los llantos de mi hermana caprichosa en la habitación de al lado. Sophia era su nombre. Tenía seis malditos años. Ojos negros y cabello rubio. Yo ya la veía dentro de unos diez años: ramera, chica vendida... y lo que más odiaba: porrista y popular.
Pero, bueno, no iba a poder intervenir en eso, porque ese era su destino. Además de que, probablemente, yo estuviera lejos de mí casa, o en otro continente o muerta.

En la cena, todos nos sentamos en la mesa, como hacíamos siempre, claro, para cenar. El buen humor de mis padres y de mi hermana menor flotaba en el aire, y eso no era algo que se veía todas las noches.
Lo primero que se me vino a la cabeza, al verlos tan felices, fue: “¿Qué mejor forma de terminar el día bajando a alguien de su nube de algodón?”.
—Saben... el cinco de julio me parece un buen día...— comencé a decir, jugando con la comida de mi plato. Era pollo, pero no tenía nada de hambre, así que no pinché en ningún momento el tenedor con la comida, y si lo hice, nunca la llevé a mi boca.
—Es dentro de una semana, cariño— dijo mi padre sobre mí voz, pero yo no paré. Ya lo sé, estúpido.
Hace un par de años me di cuenta de que mi familia no era de las que no dejaban que alguien hablara sobre ellos. Eso me irritaba mucho.
—Pronostican un hermoso sol... dicen que será día de piscina... — continué, con el tono escéptico en mi voz. Me gustaba ese tono.
—¿Qué dices, Loreley? ¿Debemos darte más medicinas? — me preguntó mi madre. Sí, para ella todo quedaba resumido en unas malditas pastillas que me dejaban inconsciente. Yo sonreí.
El mundo no es medicina.
—El cinco de julio parece ser un buen día para suicidarse— terminé, mirando a mi hermana pequeña abrir la boca y mostrar su comida a medio masticar y tragar.
Cuando el tema del suicidio se habla tan seguido en una familia, incluso los niños pequeños saben de qué se trata.
Mis padres me veían espantados, como si fuera un fantasma.
—Loreley— mi madre apretaba los dientes con fuerza. Tuve que cerrar fuerte la boca para no comenzar a reírme a carcajadas—. A tu habitación. Ahora.
Normal.

Mi mejor amigo es un lápiz.
El mejor amigo de mi lápiz es la hoja.
Y el mejor amigo de la hoja es el dibujo que hago en ella.
Estaba terminando de dibujar un roble cuando sonó la puerta de mi habitación. Tres golpecitos. Como siempre. Ese era nuestro código desde que éramos pequeñas.
—¿Loreley? — la voz de Debbie sonó del otro lado. Deborah era mi mejor amiga. La única que me quedó... bueno, después de todo lo que me pasó hace siete años. Y la única persona a la que mi mente parecía no replicar, y con la que mi lado normal salía a la luz más fácilmente. Antes había otra persona, mi mejor amigo, pero lo alejaron de mí.
—Pasa— le grité. La puerta se abrió y ella apareció, con una bandeja llena de muffins rosas y verdes.
—Mi madre pensó que te gustarían— me dijo, cuando se fijó en cómo veía la bandeja que traía.
—Pareciera que tu madre me conoce más que toda mi familia junta— dije, encogiéndome de hombros y agarrando el primer muffin de la bandeja que Debbie me traía. La madre de Debbie solía traerme cosas que ella hacía, ya que tenían una cafetería en el centro.
—No es cierto, Lory— me dijo, agarrando la mano que no sostenía el muffin.
—Me quiero morir— dije, dándole un mordisco al muffin, que estaba tan delicioso que se deshizo en mi boca a los pocos segundos. Esto era comida—. O sea, no lo estoy diciendo en broma. Literalmente, quiero morir. Ahogada. Ahorcada. Asesinada.
—Las tres cosas empiezan con A— dijo Debbie, en cambio, sonriendo—. Procura no ponerles a tus hijos un nombre que empiece con la letra A, o algo por el estilo. April, Anna, Adam.
Puse los ojos en blanco.
Si llego a tener hijos. Pensé luego, cuando ella ya había abandonado mi casa y yo estaba sola, intentando dormir en la cama de mi habitación, mientras afuera llovían un par de gotas, que cuando caían al suelo, se evaporaban por el calor de Nevada.

La puerta de mi habitación sonó a primera hora de la mañana, como mi madre me había dicho la noche anterior.
—Hora de marcharse— me avisó.
Bueno, iba a pasar en algún momento.
Después del incidente de la cena, habían decidido llevarme a aquella residencia. Sin mi decisión ni mi consentimiento. Me iban a internar allí un largo rato, en contra de mi propia voluntad.
De todos modos, no me importaba, supongo que allí habría más cosas con las que suicidarse además de un lápiz sin punta y un bloc de hojas tan finas que no podían hacerme ni siquiera un rasguño en la yema del dedo.
Mi madre subió las cosas al auto, me hizo subir a la parte trasera y arrancó hacia mi destino.
—Punto uno— comenzó, a medio camino. Puf, habla que aquí atrás me duermo—. No nos llames. Punto dos. Si sales de ahí después de los dieciocho años, te daremos algo de dinero para que te compres un apartamento a tu nombre en Florida, así no debes regresar con nosotros.
—¿Tanto me odian? — pregunté, mirando por la ventana.
—Quiero que mi hija esté bien— con ese “hija” se refería a Sophia, solo para dejarlo claro. A mí hacía tiempo que no me consideraba su hija. No importaba, en realidad.
¿Debo recordarte que diste a luz a una niña doce años antes que la otra?

El viaje duró un par de horas más, lo que me hizo pensar que no estábamos en Nevada. Probablemente estábamos en Arizona, lejos de lo que había sido mi hogar. Tampoco me importaba, total, cuando estuviera dentro del instituto, no sabría siquiera dónde me encontraba. Solo sabría que me encontraba ahí dentro en ese preciso momento. Y que, aunque quisiera, no podría regresar a mi hogar. Aunque tampoco quería hacerlo, porque eso significaría una bella tortura.
No, gracias, ya era lo suficientemente miserable.

Cuando llegamos a la puerta del instituto, miré hacia arriba al edificio que sería mi hogar por un tiempo indefinido.
—¿Es en serio? — pregunté, haciendo una mueca de asco.
—Sí, cariño— me dijo mi madre. Sentí su sonrisa maliciosa mirarme, y casi vomito.
Estúpida. Estúpida. Estúpida.
Si no hubiera estado tan furiosa, le hubiera escupido y gritado, pero estaba petrificada.
Estaba petrificada mirando lo que tenía delante de mí.

Instituto St. Daniels para enfermos mentales.

6.1.14

Cuento Random #5

Claire no sabía lo que hacía en aquel triste sábado de octubre. O sí lo sabía, pero de tan idiota que era no quería admitirlo.
Su madre le había prohibido rotundamente ir hacia allí; su padre trabajaba todo el día... así que no pudo avisarle. No pudo avisarle que en aquella habitación se olía la muerte.
Claro que si, nombramos a Claire Manson, lo primero que se viene a la mente de las personas es en cómo su mirada blanca te agujereaba por dentro. Sí, ella era ciega, pero tenía algo que no todos tenían: olía la muerte. En cualquier lugar en el que ella estuviera, alguien siempre encontraba la luz al final del túnel.
Sí, era rara.
Sí, era mala.
Pero que fuera esas cosas, no impedía que ella pudiera oler otras cosas. La muerte; la enfermedad; la humillación.
Las dos últimas, las olía en ella misma. Enferma desde su nacimiento, además de perder la vista, sufría constantes ataques de asmas y fue operada mil veces en sus cortos catorce años. Humillada desde que entró a la escuela a los diez años. La dejó una semana después.
Nunca se arrepintió de haberla dejado.
—Claire, cariño— la llamó su madre el día anterior a ese día—. ¿Por qué no vas a tu habitación y lees un rato?
—Claro, mamá— respondió ella, aunque odiaba los libros. En cambio, fue a tocar el piano.
Su madre la había adiestrado. Enseñado con los ojos cerrados. Amaba las notas que salían de su hermoso piano de cola de su habitación.
Luego, se hizo sábado: un triste sábado de octubre.
Claire se levantó de su taburete y avanzo hacia la ventana.
Cerró los ojos, ya oscuros por su ceguera, se paró en el alfeizar de la ventana, y se tiró.

Antes de haberse ido para siempre, le pareció haber visto un par de hojas verdes, una acera llena de autos, y un niño pequeño arrastrando una carretilla roja.


PD: ando con faltas de imaginación, disculpen :$

4.1.14

Mi Mundo en Ruinas. Capítulo 1.

—¿Cómo te encuentras?
¿Sinceramente? No muy bien.
—Bien.
Otro suspiro sonó.
—Loreley, ¿Tienes algo que contarme?
Sí.
—No.
Lo próximo que vino de la boca de mi madre fue un largo suspiro. No me importaba que siempre que tuviéramos la “charla”, como la llamaba yo en los últimos tiempos dentro de mi mente, la sacara de sus casillas. En realidad, apenas me importaba tener la “charla” o sacarla de sus casillas. No me importaba para nada.
Te lo explico mejor: era la hija que pasaba desapercibida. La hija mayor totalmente incomprendida y extraña. La que siempre se escapaba y se encerraba en la habitación durante las fiestas o las visitas. La que se comportaba como no debía. Era lo que todos llamarían la oveja negra de la familia, aunque lo mío era algo más extremo que oveja negra. Yo era nada.
—Loreley— mi madre tomó mis manos. Se estaba mostrando cariñosa y eso me asustaba. Ella no era cariñosa conmigo. Nunca. A menos que quisiera algo, obviamente. Mis padres eran como niños conmigo. Se mostraban cariñosos solamente cuando querían algo.
Yo estaba viendo mi regazo, sin encontrar una respuesta a todo lo que me preguntaba la mujer que me dio a luz, pero que simplemente hizo eso.
Era así desde que tenía memoria... bueno, aunque mi memoria comenzó a tener recuerdos desde mis diez años de edad, que fue cuando ocurrió el “accidente”. Ese accidente fue que me caí de un columpio en lo alto. Me caí hacia atrás porque me resbalé, porque estaba lloviendo fuerte. Y, cuando caí, el columpio me dio en la nuca.
Y perdí el sentido. Me desorienté, pero no me desmayé hasta horas más tarde por la pérdida de sangre.
A partir de ahí, mi memoria se reinició. Recordaba mis años en la escuela. Sabía sumar, restar, dividir, multiplicar, leer, y todo lo que una niña de diez años debería saber.
Pero no conocía a nadie.
Ni los nombres ni sus rostros. Era como si, en mis recuerdos, todos ellos hubieran sido borrados. Borrados en la forma más literal. Como si alguien hubiera agarrado una goma de borrar, haya tomado mis memorias, y haya borrado a las personas que se encontraban en mi cabeza.
Desde ese día... bueno, desde tres semanas después de ese día —que fue el tiempo que estuve en coma inducido—, no volví a ser la misma.
No era la misma Loreley Drive que todos conocían. Alegre, extrovertida, simpática, picarona y aguafiestas.
Claro que, lo que ocurrió después del accidente no fue mucho mejor. Presenciar la muerte de tu mascota... escuchar que en siete meses tendrás un hermano... ver como cerraban la casa en la que viviste toda tu vida para ponerla en venta... esas cosas me dejaron con un serio problema, además de que no estaba demasiado cuerda.
Pasaron meses hasta que pude regresar a la escuela. Todos aquellos que en algún momento habían sido mis amigos, ahora me miraban de reojo y susurraban cuando pasaba a metros de ellos por los pasillos de la escuela. La única amiga que tenía tuvo que apartarse de todos, terminando su historia conmigo como su única amiga.
Sin embargo, no es el fin de la historia para mí.
Estrés post-traumático. Terapias. Inyecciones para cuando perdía la cordura. Instituciones para enfermos mentales como yo.
Mi madre, justo en aquel momento, me estaba pidiendo que accediera a ir a una residencia.
¿Cuál fue mi respuesta? Un remoto e indiscutible no, como era de esperarse. Porque, si era algo que no estaba, era completamente loca. Yo no necesitaba ir a una institución mental que me pondría patas arriba lo poco que quedaba de mi mundo.
Mi madre suspiró y soltó mis manos, y dio a conocer su verdadera cara. Ella y mi padre se habían cansado ya de pedirme cosas como esas. Yo trataba de salir adelante como podía con las pastillas que me recetaban los psiquiatras y las millones de terapias.
Sí, ya habían pasado más de siete años de aquel accidente, pero eso no significaba que yo no tuviera problemas después de eso.
Llámalo trauma post-accidente. La cicatriz en mi nuca es una demostración de que el daño que me hice fue real y no una locura de los paramédicos que me atendieron ese día.
Y espera, yo no estaba tan loca como para imaginarme la sangre y el llanto de dolor que salió de mí.
Dos meses después de eso, mi perro fue atropellado mientras los dos jugábamos en la calle. Menudo trauma para una niña que había salido hacía dos semanas de terapia intermedia y que hacía solo tres días había salido del hospital.
Luego, mi madre embarazada. Yo tenía once años, Dios. Estaba bien como hija única, obviamente, y necesitaba que mis padres me acompañaran en esa época de mi vida. Pero no. Mi mundo se derrumbó por tercera vez ese año.
Y se terminó de derrumbar el día que me dijeron que nos íbamos a mudar.
Lloré, pataleé, pero, finalmente, me tuve que ir.
Ese fue mi cuarto peor día en mi vida.
¿Qué tal si le sumamos el hecho de que casi mato a una persona y que casi me suicido de forma repentina hace menos de tres días?
Taylor era mi compañera de terapia... bueno, de la institución a la que voy los días sábados. Era realmente irritante, pero eso se debe más a su síndrome obsesivo compulsivo. Y bueno, mis problemas con el estrés dieron su mejor cara en el momento en que traté de matarla con un cuchillo de adorno que se encontraba una de las paredes de la sala de espera.
Y después de darme cuenta de mi error, subí a la azotea del edificio y traté de suicidarme tirándome por ahí. Tuvieron que venir varias enfermeras a sostenerme. Me inyectaron un somnífero de acción débil, y después de eso me largué a llorar como si fuera una niña de cinco años a la que le habían quitado su paleta.
Debería poner visto bueno. Un semáforo que pase de rojo a verde, sin un intermedio para hacer que me arrepiente de lo que estaba por hacer. Pero siempre hay algo que me lo impide. En ese caso fue el hecho de que no me había despedido de las personas de mi vida que sí valían la pena. Mis padres y mi hermana no estaban entre ellas.
Demonios, a veces la vida puede ser muy insistente. Para mí, la muerte debería serlo un poco más.
Mi madre se levantó del sofá y me dejó sola en la sala, mientras afuera de la casa comenzó a oscurecer. Mi casa era bonita. Era gris por fuera, como era de esperarse en una casa en Las Vegas, y tenía dos pisos normales. Una cocina mediana, una sala donde podía entrar una televisión y un extenso sofá y los juguetes de mi hermana. Arriba había un cuarto pequeño, que era el mío, porque era quien menos cosas tenía. La habitación de mi hermana era mediana, y la de mis padres era más bien enorme.
Mi madre se fue a la tienda a comprar algo y ni siquiera me avisó. No me molesté. Ella ya hacía tiempo que se había rendido con respecto a mí y mis actitudes.
Yo también me había rendido, pero quería cambiar eso, aunque eso significara que tendría que cambiar.

No iba a hacerlo.

1.1.14

Sinopsis de "Mi mundo en ruinas"

Hola lectores :3
FELIZ AÑO NUEVO!
Bueno... y además de eso, quería mostrarles la sinopsis de la próxima novela que subiré al blog.


¡¡MI MUNDO EN RUINAS!!


Ya sé... no estaba en mis mejores momento cuando le puse el nombre :$
La cosa es que la protagonista está más loca que una cabra y tiene problemas mentales :) 

Acá la sinopsis:

Todavía recuerdo aquel día.
Tenía diez años.
El columpio se movía conmigo sentada sobre él.
Y luego comenzó a llover.
Supongo que ahí terminó todo.
El dolor fue lo siguiente que sentí.
Un fuerte dolor en mi cabeza...

Todo mundo se desmorona en algún momento.
Y así fue como se desmoronó el mío.


Espero que les guste :3
Bueno, y FELIZ AÑO, QUE TODOS SUS DESEOS SE HAGAN REALIDAD EN ESTE 2014!
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